Sábado en la noche. Júpiter Manzanas Traigo ya cobró y sale —cara de forajido— a la conquista de mujeres y espacios. Se pasa primero por donde estos y nadie le hace mucho caso. Es la costumbre. Solo le atienden, y no poco, cuando se queda en calzoncillos e imita a Ronald Reagan con la chorra. Así que al rato se cansa y se acerca a la fiesta de Nino Gomera. Allí espera encontrar a Silvia Sobrini: codiciado territorio, cumbre inaccesible, madre del cordero. Prima segunda Manzanas (sexto grado de la línea colateral y, por lo tanto, idónea para el matrimonio según el Derecho Canónico). Cuando —tras una breve charla sobre el Libro de Job con un chino fumador— la encuentra, se saludan con dos besos. Sobrini le presenta a su amiga Adelita —pequeña, peluda, suave; tan blanda por fuera que se diría toda de algodón, que no lleva huesos— y al poco se marcha a bailar una sardana posindustrial con unos que llevan gorros raros. Júpiter se queda solo con Adelita y no sabe muy bien de qué hablar. Pero ella es una excelente conversadora. Le pregunta si tiene coches, tatuajes o una excelente biblioteca y él responde a todo que no, claro, pero con gusto y cada vez más confiado. Mas, ay, tanto palique acaba dando paso a la hora mala y Júpiter no tiene más remedio que despedirse y abandonar la fiesta. Lo cierto es que Adelita no le ha dado su tarjeta de visita ni, en fin, referencia alguna, pero confía en saber encontrarla de nuevo. Sin embargo, a los pocos días lo llaman de la Estación Espacial Mir para una sustitución y la cosa —así a lo tonto, como en las mejores fiestas— se acaba alargando. Así que cuando vuelve a la Tierra veintisiete años más tarde (más viejo y más joven, como ya por las películas sabréis) y busca a Adelita en el Almanaque Zaragozano (lo que antes era Google) no le extraña descubrir que vive en St. Moritz con su marido, su anciana madre (de su marido) el primo tonto (de su marido) y tres niños de un anterior matrimonio (también de su marido). Parece que es feliz y no le falta el pan ni la mantequilla. Sea: aleja la vista de la pantalla y evocando la alegre camaradería con los muchachos de la Mir se va quedando dormido entre oropeles.