María José va de camino a Penyagolosa porque allí conocerá a Dios. Al de verdad, al que lleva barba. Dice que ha quedado con él en la cima, junto a la casita de la luz. La acompañan José María, José Luis y José Antonio, sus amigos. Los tres con gafas redonditas y el pelo corto. Buenos chicos, aunque no muy despiertos. Hay quien dice que son uno y el mismo, pero trino. Se equivocan. Hagan el favor de creerme, que aquí nos conocemos todos. Ni van bien abrigados (frío) ni están acostumbrados (fatiga) ni Dios se ha acordado de venir (chasco); pero son jóvenes y tienen océanos de tiempo que perder, abismos de aburrimiento en los que zambullirse. Vuelven a casa a paso lento y sin hacer mucho ruido. Tinieblas, el perro grande y peludo de la montaña al que otros llaman Esclarecedor, les acompaña hasta el coche, que está aparcado en lo municipal. Aunque todos mueren, se podría decir que la historia acaba bien, porque mueren tarde, entre 65 y 80 años después. El perro un poco antes, claro. Pobret. Dios lo tenga en su gloria.