Mi amigo Quiñones lleva tiempo apagadito. Se le ve meditabundo y cabizbajo. Hasta diría que anda raro, como escocido. Así que cuando me lo encuentro en la cola de los panes y los peces le pregunto con cariño y me cuenta que hace cosa de unas tres semanas se tatuó la efigie de Paulo Coelho en el escroto. Junto a ella, para completar el hermoso cuadro, una de sus citas célebres que —ufano, muy ufano, tralará— me dice al oído: Debes encontrar el lugar dentro de ti donde nada es imposible. Muy bonito. En fin, la cosa debió de ser muy dolorosa, claro —lacerante incluso—, pero en aquel momento le pareció una ocurrencia brillante y a ella se entregó.
Una vez marcado hizo llegar fotos y vídeos del resultado a Paulo —su Maestro en la Luz, como a él le gusta llamarlo— y, no me pregunten cómo, llegó a saber de buena tinta que había recibido todo el material.
Y desde entonces espera ilusionado —cada vez menos, todo hay que decirlo— una respuesta, un gesto de cariño, un agradecimiento que no llega. Así que la sospecha de que quizá el dolor de la aguja y el sacrificio de pasar los días más fríos del invierno con los huevos al aire —para evitar roces y bajar la hinchazón— han sido en vano anida ya en su corazón humilde.
Para animarse se intenta convencer de que esto será otra enseñanza del Maestro, o de que quizá esté componiendo una respuesta a la altura de su entrega. Cosas así.
Pero, oh, se equivoca el buen Quiñones. El porqué es otro y para mí, hombre leído y muy en lo espiritual, fácil de discernir: la cita es de Deepak Chopra, —archienemigo de su Maestro, Némesis, Mamba Negra— y el error, por lo tanto, insondable, abismal, grandecito.
Así que lo miro emocionado, lo abrazo fuerte, le doy un besito en el coxis y — los panes y los peces que me tocan según la tabla oficial de coeficientes ya en la cesta— me marcho a la cabaña del tío Tom sin decirle nada. Me sabe mal.