Somos boy scouts y juniors y escoltas y campistas y movimiento escolta y escultistas. Nos va el escultismo. Y nos va muy bien. Vivimos en locales cedidos por la parroquia y el ayuntamiento. Salimos poco. Los días se nos pasan entre posados algo picantes ante el espejo africano de la entrada —que algunos llaman hall— y las viriles canciones sobre lobeznos y manadas que acompañamos con nuestra flauta americana.
Todos somos algo gorditos y no hay manera de que bajemos de peso, y aunque imberbes cultivamos con entusiasmo nuestro vello facial para emular a nuestro primero —el gran Baden-Powell— que lucía un hermoso bigote.
Y ahí viene el lío. Por ahí no paso. No quiero ser calvo. En lo del pelo, puestos a emular —émulo, émulo, émulo— aspiro a tener algún día la cabellera perfecta de Connie Britton.
En fin, por ir acabando, que esto del escultismo: miel sobre hojuelas —sobre todo si eres gordito y de manos grandes—. Pero con lo del pelo ya veréis como tendremos lío.