Sueño recurrente

Aunque sé bien que no es propio de gente de instrucción avanzada hablar de los sueños, este es recurrente —dos veces en los últimos veinticinco años—, así que confío en que eso servirá de disculpa:
soy un negro alto, guapo y elegante de un barrio de Los Ángeles con un nombre bonito. Estoy en el salón de mi casa, fumando un puro frente a la ventana y viendo árboles, pájaros y nubes. Llevo una camiseta en la que John Lomax también está fumándose un puro, un pantalón de pijama Príncipe de Gales —como he dicho antes, soy un tipo elegante— y un calzado indeterminado que no parece muy adecuado para la estación, porque siento los pies fresquitos y temo el destemple.
En esas estoy cuando aparece mi madre —que no es blanca ni negra, porque las madres siempre andan muy atareadas y no tienen tiempo para esas cosas— y me habla de canelones, bechamel y rellenos primorosos.
Trae de la mano a todos los niños del barrio, que se ponen en círculo y con los ojos en blanco cantan hermosos himnos de resonancias arcanas. En voz alta. Muy alta. Más. Hasta que acaban por despertarme. Algo desasosegado, todo hay que decirlo.

aunque