Don de la bilocación

Algunos santos —como San Martín de Porres, el Obama de los susodichos— poseían el curioso don de la bilocación. Y gracias a él podían solucionar de manera airosa el embarazoso problema de tener dos compromisos importantes a la misma hora y en lugares diferentes. Muy bien. Muy bien. Muy bien. Sin embargo, me pregunto cómo, llegado el caso, tendría uno que vestirse si tuviera a la vez una boda y un campeonato de futbito. Y aún digo más, ¿se cansará uno el doble al estar bilocado? Y (más) cuando acaba de bilocar desde dónde empieza de nuevo a ser uno, ¿desde la boda, desde el campo de futbito o desde un tercer lugar que podríamos llamar —sacrificando la originalidad por el sano empeño de resultar inteligibles — «punto final de bilocación»?
Y en fin, en cosas así pasa uno las tardes ya frescas de otoño.

biloca