Comerse a un orfebre

Aunque puse toda la buena voluntad del mundo y él se portó como un bendito, no pude comerme a un orfebre.
Tenía la cabeza dura y peluda, y mis humildes mandíbulas no tenían el tamaño ni la fuerza necesarios.
Si hubiera sido un guepardo o un tigre de dientes de sable (o macairodonte), podría haberle destrozado el cráneo a dentelladas, pero en vista de que no llegábamos a ninguna parte y de que ya se iba haciendo la hora mala, lo acompañé a la puerta, le di las gracias y le indiqué el camino más corto al Palacio Francés.
Cuando se dio la vuelta, le vi la nuca, la espalda y la parte de detrás de las orejas.
Gracias.

orfebre-provisional

Publicado originalmente en el blog que Molibdeno tenía en Blogspot. 25 de junio de 2018. Era sábado.