El taxi que llevaba a Ceferino y a su amiguito al Palacio Francés era muy bonito y olía a lanolina. Lo conducía un señor que, según les contó, era misántropo, nanorrobot y gilipollas a tiempo parcial. Había trabajado durante años disfrazado de caballo en el Circo Price, y siempre que podía se colgaba moscas muertas del rabo con su camisita y su canesú.
—Aquí tiene, señor taxista, su dinero. Y un besito en el cráneo de propina.
—Quite, quite, si he disfrutado mucho. Incluso me atrevería a decir que debería ser yo quien les pagara por darle un ratito de alegría a un señor viejo y medio gilipollas al que no conocen de nada. Aquí tienen mi tarjeta: va mi dirección, mi teléfono y un breve testamento filosófico al dorso que puede serles útil si algún día quieren entrar en una logia masónica. Si no, no.
En la puerta del Palacio Francés un cartel anunciaba la final del Trampolín de la Fama para el sábado: Dientes de Sable, el campeón local, podía perder su corona de laurel de Emperador de la Canción Ligera contra la joven promesa de un disco-bar de Oviedo: Wilson Géminis de Fofo, también conocido como «El Moscovita», como «Oleoducto» y como «Entre un buey y una mula, Dios ha naciido, y en un pobre pesebre lo han recogido».
—La verdad es que me sabría mal por el Sr. Sable, pero El Moscovita viene pegando fuerte con su imagen moderna y su mezcla de ritmos sabrosones con las psicofonías de Vladimir I. Lenin y de Margarita de Borgoña, remasterizadas por un sobrino hidrocéfalo de Jiménez del Oso.
—Olvídate de eso ahora, Ceferino. Tenemos el Palacio Francés para nosotros solos. Los Trenzano duermen. Los Capdeserp le están haciendo una lavativa al marmolista, y el precio de la carne de caballo está por los suelos.
—Además, han fregado el linóleo con agua tibia y un tapón de jabón neutro. Huele a pino.
—Como aquella noche en Trípoli, ¿te acuerdas, Ceferino?
—¡Ahá!
—En Trípoli.
—¡Ahá, ahá!
—¡En Trípoli.
—¡Ahá!
Publicado originalmente el 25 de junio de 2006 en el blog que Molibdeno Molar tuvo en blogspot. Era domingo.