Como hombre, gracias al cultivo de ciertos rasgos de mi carácter, he logrado sacar a la luz el lado más brutal de mi naturaleza, pero sigo siendo incapaz de pegarle a una mujer o a un niño para subirme a un tranvía en Chicago, ni de decirle a un autor a la cara que su obra es una porquería.
En «Botellas de leche» de Sherwood Anderson, 1923.
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Egmont Arens. c. 1940.